|
1989, Mesy, recuperado tras un extraño exilio |
Suponía -mientras se desnudaba para entrar en la ducha- que llevar como pijama una camiseta negra en la cual rezaba "you are now entering Free Derry" -ya convertida en casi trapito de tantos años y regalo de un ser más que querido de una tierra donde nunca estuvo- no la animaba al mirarse al espejo por más cariño que le tuviera (cuando se la regalaron era una niña, ni entendía qué era "Derry", ni "Free", y casi ni "entering").
|
Fotograma de "Celebrity", Robin, personaje central, en una clínica estética |
Ni eso, ni su cara de
Judy Davis interpretando a
Robin en
"Celebrity" de
Woody Allen antes de conseguir su "feliz y exitoso final". Ambas cosas se reflejaban en su rostro como la losa plana, blanca y aplastante sobre la cual estaba impresa aquella frase... Lo que habitaba el envés de su pecho 20 años después se parecía (sí), en cierto modo a una especie
de
Robin habitando en un absurdo y semi cómico
"Free Derry" y sintiendo próximo el no por ello menos trágico
"Domingo Sangriento".
Tampoco su larga bata gris de andar por casa.
Ni su ya escasa melena.
Ni aquella mancha incipiente en la mejilla izquierda...
...ni su bigote a lo
Kalho (porque por más que la compararan con ella, con su obra y vida, Marina sólo veía con su usual optimismo como rasgo más común entre ambas el bigote, ya quisiera pintar como
Frida, ya qisiera volver a pintar)... Hirsutismo. No, no venía de serie, y la pereza existencial le impedían ir a los salones de belleza donde de pronto te convierten en "toda una mujer", aunque dure lo que dura un perfecto corte y alisado de flequillo.
Y mucho menos sus ojos silenciosos e incoherentes, embusteros, traidores, color miel de la flor de la muerte.
Marina se planteaba muchas cosas. Marina nunca cesaba de plantearse cosas. Una pared en blanco era un mundo en el que perderse, un agujero negro por el que caer según qué días, o un rosario de brillos solares y proyectados espejismos mágicos según qué otros. Ya le dijo un gran compañero que padecía de
"horror vacui" años atrás, entonces se refería a su obra pero a esas alturas sabía que ese horror ocupaba toda su vida.
Salió de la ducha, escribió unas palabras recién paridas antes de que se borraran para siempre de su lesa memoria y se vistió, de negro y gris, para comer con su madre.
El día -al contrario que ella- lucía radiante y soleado aunque hacía más frío de lo que imaginó estando aún en casa y su nuevo abrigo (corte militar, tres cuartos, negro con ribetes grises) parecía haberse estrechado para no conseguir abotonarse... Cuando se lo probó en la tienda una semana antes estaba perfecto, las tetas no le habían crecido de golpe pensó mientras se las miraba, pero aquella nueva mutación de su talla formaba parte de su irracional rutina así que decidió no cabrearse por ello, al fin y al cabo era una compra producto de un cabreo producto de la última visita de rutina al médico de cabecera y del resultado de unos análisis... rutinarios.
El 2 tardaba demasiado así que decidió parar un taxi mientras
Murphy y su ley aplastante se aparecían en forma de carro rojo para trasportar personas de un lugar a otro de la ciudad llamado autobús, justo detrás, el 2 llegaba a la par que ella se introducía en el taxi. Por supuesto le pillaron todas las obras del momento por el camino, daba igual, tampoco llevaba prisa.
Antes de abrir la puerta con su llave llamó al timbre para avisar de que entraba -mera formalidad-, su madre estaba sentada al sol en aquella magnífica terraza y tras soltar el bolso, las gafas negras y las llaves fue a besarla, se hincó literalmente de rodillas entre sus piernas y la abrazó largamente dejando descansar el rostro sobre su infinito pecho caliente.
Y así se quedó, recreándose en la desgraciadamente olvidada estancia en su útero, en aquellos días en los que lo sabía todo pero aún no sabía nada, en los momentos en los que aún gestándose el mundo no existía, ni el presente, ni el tiempo, ni el espacio, ni su camiseta, ni Robin, ni ningún domingo sangriento... Tan terrible es traspasar la puerta que tenemos que olvidar y ser capaces de vivir aún sin entender nada ...
Ninguna enfermedad degenerativa o letal podía llegar a ser tan cruel como la propia psique y aquel y no otro era el peor de sus problemas, la psique humana... esa que no se sabe cuándo empieza a formarse ni a adquirir calidad de sustantivo. Quizás el horror al vacío desde su infancia le había llenado el alma de monstruos, algunos tan terribles y otros tan asombrosos y bellos, tan queridos. Esa capacidad para absorver y digerir sensaciones lejanas, cercanas, reales o ficticias, para sentirlo todo al mismo tiempo; precioso don, cruel imposible posible en ella. Pero el peor de los monstruos, sentía, era su propio ser obsesionado desde la cuna en no perder a la niña, estaba segura de que aquello era muy importante, demasiado importante, de que tenía un sentido fundamental que no debía desdeñar, y en ello se había dejado la piel durante décadas. Y bien le había merecido la pena forjar aquel sueño, aquella utopía que aparentaba no tener fundamento alguno, pues hacía poco que toda esa lucha infinita le había sido devuelta en forma de victoria, de meta alcanzada, de magia en estado puro.
Así que apartarse de la idea de que el mantenimiento continuo del los deseos más profundos nos lleva a encontrarlos era imposible. Esa utopía indescifrable la acompañaría siempre por más que ninguna lógica terrenal y/o humana quisera explicarla, defragmentarla, por más que su mente fuera analizada o clasificados su pensamientos esa parcela era suya, era ella misma, inseparables.
Nadie puede diseccionar el corazón del alma.
Esa parte de si misma disfrutaba en fiera batalla por su imperativa existencia y para ser justos, era, de las dos, la que más alegrías le había aportado a lo largo y ancho de su vida.
Leyó algo parecido a: "... no sé en que momento me desintegré y comencé a sentirme extraño, a vivir la vida de otra persona...". Marina iba más allá, no se reconocía en ninguna vida en concreto pero sí sentía como saltaba de una a otra sin poder controlarlo, desde siempre, la luz y la oscuridad sin término medio y la lucha incesante por el gris en la búsqueda de un equilibrio que le solía durar lo que una mañana soleada en pleno invierno. Pero es que ya sabía demasiado, ya había visitado la cara oculta tantas veces que formaba parte de ella.
Su cuerpo no ayudaba en absoluto en ese plan recién parido para controlar la oscuridad y sus seres, su cuerpo la vejaba, la aplastaba, le robaba el aliento y les otorgaba más poder de la cuenta en el campo minado que era toda su piel y lo que ésta cubría. A pesar de los inconvenientes sólo hacia adelante había camino, con maletas de pasado reciclado ya en la esencia misma de sus entrañas, ni si quiera tenía que mirar atrás para recordar, no había nada que recordar, era consciente de que en determinados momentos, pasado, presente y futuro eran vividos a la vez, respirados como una sóla cosa.
Imposible poner nombre a ese sentimiento.
Su vida a veces era un eterno luto cargado de dulzura y armonía por algo que nunca llegó a morir: la niña, ella y todos sus sueños indescifrables.
En cualquier caso, aquella tarde ya se sentía demasiado sumida en la sensación de estar perdida dentro de si misma, completa y absolutamente perdida, sin control.
Tras varias horas en la que una vez fue y seguiría siendo su casa, en aquella terraza sempiterna (quizás el único lugar real donde casi podía palpar físicamente el
Aleph, aquel espacio de cielo que la acompañara de siempre lleno de sol, de sueños, de melancolía, de soledad, de esperanza, de espera, de amor y de odio, de visones y señales, aquel extraño altar de santos ya conocidos, malditos y benditos) sólo la asquerosa química efectiva y certerá logró ahogar al bello monstruo de nuevo ya rozando la noche.
Rendida ante la evidencia y en absoluto contenta por ello,agotada, al menos aquella angustia incontrolable pareció disiparse sumiéndola en una extraña paz parecida al vacío una vez más.
"Pastillas para no soñar", pero es que sus sueños eran tan intensos, su capacidad para captar ondas desde lugares imposibles tan abrumadora que casi al borde de los cuarenta y con ese machacado cuerpo, las embestidas de la imaginación y su belleza eran temporales cargados de olas que sólo conseguían abandonarla lesa en orillas desconocidas, y el regereso cada vez se hacía más doloroso y cansino.
Su cuerpo no era recipiente lo suficientemente inmenso para su alma, y el alma le salía por cada poro de la piel tratando de seguir el camino hacia el ya transitado horizonte de la luz y la esperanza cumplidas.
No había cura para ello. Y tampoco quería encontrarla -creía y temía-. Sólo el equilibrio tenía llaves para esa puerta, sólo el equilibrio era solución.
No se puede tener todo... Aunque a veces sintiera que tenía más de lo que podía soportar.
"Debo combatir esta enfermedad, encontrar una cura".
"... Y caigo de nuevo en un extraño día..."